Supongo
que ya les habrá llegado la broma sobre lo problemáticos que prometen
ser los días del 21 al 25 de diciembre para el común de los españoles:
21-D elecciones autonómicas en Cataluña,
22-D lotería de Navidad,
23-D partido Real Madrid-Barça,
24-D cena con parte de la familia,
25-D comida con la otra parte...
22-D lotería de Navidad,
23-D partido Real Madrid-Barça,
24-D cena con parte de la familia,
25-D comida con la otra parte...
En fin, que durante cinco días parece que va a ser difícil no llevarse algún pequeño disgusto o tener alguna pequeña bronca. Del fútbol y la lotería se puede pasar, pero de la familia y del 21-D conviene no hacerlo.
Por segunda vez durante los 10 años que llevo afiliado a UPYD, mi partido
no se presenta a unas elecciones autonómicas catalanas. Tampoco se
presentó, contra mi criterio, en las últimas elecciones autonómicas
vascas que se han celebrado.
Es
evidente que las del 21-D son unas elecciones excepcionales: por el
colapso de un nacionalismo desenfrenado durante décadas, por su
convocatoria al amparo del artículo 155 de la Constitución Española, por la división (por fin
manifiesta) de la sociedad catalana generada por el nacionalismo y,
sobre todo, por la posibilidad de empezar a cambiar las cosas en Cataluña.
Si
uno piensa que nadie es mejor que otro por el lugar en que ha nacido,
ni que los impuestos que paga le deben revertir fundamentalmente a sí
mismo, ni que el uso de una lengua deba imponerse, ni cree formar parte
de un colectivo humano cuyo vínculo fundamental entre sus miembros
procede de sus tradiciones y su lengua materna, que además les vincula
con las generaciones pasadas y futuras constituyendo un ente abstracto
de límites mal definidos pero que transita por la historia llamado a un
destino mejor... En fin, si uno no es nacionalista, la verdad es que
tiene pocas opciones a las que votar el 21-D.
En
esta tesitura conviene empezar por dejar claro que el PSC no es un
partido constitucionalista. El PSOE, que sí es un partido
constitucionalista, no existe en Cataluña. Tampoco tiene un socio, ni un
primo lejano, ni desde luego un partido hermano. El PSOE tiene un
parásito en Cataluña cuya marca electoral por sistema consigue peores
resultados en las autonómicas que los que consigue la marca nacional en
las elecciones generales. En el origen del procés está la genial idea de Zapatero y Maragall de jugar a ser más nacionalistas que
los nacionalistas, con un nuevo Estatut que no ha servido para nada más que crear problemas. Nadie prefiere la copia al original. Y aunque sea agua pasada, no debemos olvidar que
pasó. Ni que por entonces Iceta era portavoz del PSC en el Parlament y
su viceprimer secretario.
El
PP hace tiempo que renunció a Cataluña. Y claro, pasar cada cierto
tiempo a intentar recoger votos no les funciona salvo con algunos
despistados. Eran felices en el enjuague con CiU, como lo son con el PNV
y el cuponazo vasco (el cupo es más una lotería que un cálculo
matemático). Y parece que siguen pensando que el nacionalismo se cura
con dinero.
Ciudadanos
es, hoy por hoy, la única opción posible para que las cosas empiecen a
cambiar en Cataluña. Pese a sus contradicciones y ambivalencias (como su
posición respecto al cupo vasco antes de las últimas elecciones vascas;
nada que ver con lo que dicen hoy), representa la única alternativa
real para reconstruir lo que el nacionalismo ha arrasado en Cataluña y
recuperar la convivencia.
UPYD, aunque no se presente a las elecciones, tiene una responsabilidad
para movilizar a sus afiliados y simpatizantes en un día tan decisivo.
Un día en que, todas las encuestas coinciden, la participación de los
votantes va a ser clave. El Consejo de Dirección de UPYD ha decidido que
no nos presentemos el 21-D, pero nuestros afiliados y simpatizantes en
Cataluña sí deberían ir a votar. Para seguir siendo útiles UPYD tiene que mojarse, como hemos
hecho siempre.
UPYD debe pedir
el voto para Ciudadanos el 21-D. Ciudadanos ya pidió el voto para UPYD una vez, y nos les ha ido mal desde entonces. Toca devolver el favor.
Para algunos compañeros de UPYD resultará incómodo reconocerlo, y lamento que haya a quien no le guste leer esto. Pero es lo que hay. Y obviarlo renunciando a hacer política en un momento clave para la historia de España sería un grave error.
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